sábado, 2 de febrero de 2013

Derrame

Necesito que emerjan burbujas de rabia desde mis entrañas, que palpite más precipitadamente el órgano vital, que la pus reviente, que los nervios se apreten, que mi cabeza depure sus circunvalaciones extrayendo cada pulsación y, en fin, que mi cuerpo sea por completo un órgano palpitante y vivo que derrame existencia. Pero no. Tengo sólo ínfimas rabias, pobres atisbos de locura. Ya no pierdo el eje. Ya no sufro hasta enloquecer. Ya no bordeo el límite. Sólo soy el promedio, aburrida equidad, mezquino equilibrio. Me he convertido en un producto práctico, útil. Ya no pierdo tiempo en desvaríos. Y por eso estoy muerta, extinta, mendiga de la existencia.

Wekufe interzona

"Mete... métesela..." arguyó con la mirada perdida en lejanas divagaciones groseras y libidinosas. Hacía poco se había subido al minibus y, en vista de que no habían asientos, se quedó parado en el pasillo, justo al lado de nosotros. Por un momento dudaron en subirlo, probablemente por un antiguo historial de agresiones metafísicas. Las agresiones metafísicas son las que más corroen y malogran. El dolor que provocan es más que un simple chicotazo descarnado que te deja magulladuras en el cuerpo. Te paralizan, te quitan el aliento, te hacen tiritar como un perro, te laceran como gangrena con ácido. Seguido a su saludo, nuestro extraño wekufe, con una indiferencia anormal acercó su mano hasta el pecho de mi acompañante, por el lado en donde está el corazón. Quedamos estupefactos. Sentí como si me hubieran violado y sentí un escalofrío al imaginar a niños tirados en un suelo escatológico luego de ser penetrados por un falo sucio y mórbido. El maldito wekufe, no quedando satisfecho, procedió a intimidar, bajo el sopor de su ensimismamiento esquizofrénico, a una mujer que estaba sentada adelante de nosotros. Ella, asustada le entrega un lápiz con el que él garabatea en su mano trazos que mi mente-cubo no entiende. Me siento agredida, ansio enfermizamente bajarme del vehículo, siento que me ultraja con su mirada. Luego se sienta atrás de nosotros y, ya al borde del paroxismo, con vista periférica noto que ha levantado su mano y la mantiene desplegada en la nuca de mi compañero, como absorbiéndolo, comiéndoselo. Miro directamente para cerciorarme. El wekufe me violó. El wekufe está en hambruna. En un acto psicoágico simbólico, al pararnos para bajarnos de una puta vez de aquel antro con ruedas, hago con mi mano como si sacara algo de mi pecho y se lo lanzo a él. Mi acompañante hace algo similar, pero con una pelota de papel. Un wekufe viajero.