martes, 21 de julio de 2009

Carne muerta

¿Qué es esto? ¿Cómo puede ser posible que un cuerpo albergue nada? ¿Cómo puede existir carne pútrida deambulando sin rumbo, y sin atesorar nada más que músculos lacerados y excrementos? Ya no hay nada, a aquel cuerpo que antes poseyó el asombro de los misterios de un parpadeo ya sólo le espera la inercia total, la desnaturalización absoluta: la inexistencia.

Cómo expresar aquel desaliento, aquel desamparo, que de tanta inercia llegan a ser vagos sentires, y sin embargo están, y el sólo hecho de saber que están nos sume en la total confusión... ¡pero nisiquiera esa peste fatal puede sentirse con intensidad!

miércoles, 8 de julio de 2009

Soledad

Al principio se siente un suave halo de desolación. Miramos a nuestro alrededor y no vemos más que nada. Un escalofrío recorre nuestra espina dorsal hasta dejarnos inmóviles mirando el vacío devorador que nos envuelve hasta asfixiarnos levemente. Miramos como buscando algo, volteamos la cabeza con la tenue esperanza de hallar a alguien por algún sendero cercano, mas nadie nos espera y, más aún, nadie hay ni por allí, ni allá ni en ningún lado. Este es el principio de la carnicería insaciable de la soledad y su hambre bestial.

Luego comienza el aislamiento; ya nos hemos resignado a deambular solos como viento sin rumbo. Caminamos por aquí y por allá, pero ya sin levantar la vista con la sensación abrumadora de la esperanza de hallar a alguien que se inmiscuya en nuestra pequeña y frágil burbuja a la que llamamos nuestra realidad. Ya no esperamos nada. Ya casi ni sentimos. Estamos viciados de tanta soledad. Movemos mecánicamente las piernas, andando a cabeza gacha, sin dirección fija, casi por inercia.

Por último, a todos estos ciclos les sucede la desencadenación de eventos más interminable: la maquinización total de todo transcurrir físico y mental. A estas alturas nuestra carne no forma más que una débil marioneta que divaga al azar por los hilos de su insensible locura. Ahora al menos sí se espera algo: el cenit del parpadeo de la vida.

miércoles, 1 de julio de 2009

Pensamientos desordenados en una noche desesperada

Anhelos humanos, placeres humanos, pensamientos humanos. Nebulosa, neblina asesina. El durante lo es todo, sólo por ahora. Sueños efímeros que no tardarán en desvanecerse como el rocío en las mañanas; sueños que se filtran un segundo por nuestros ojos y luego se fugan como huyendo de la muerte. Sentimientos que se reencuentran un minuto, y al siguiente ya han caducado. El límite ¿Qué clase de límites puede tener tal cosa? ¿Qué clase de límites pueden tener los humanos y todo aquello que pueda albergar dicho ser? ¿Qué existencia es duradera en nuestra realidad? ¿Cuál es la conexión entre una cosa y otra? ¿Entre una célula y su compañera? Mediocridad. Deseos de superación, de reflejos perfectos, de instinto homicida en un afán obsesivo por erradicar la normalidad de un parpadeo, de un gesto, de un discurso, de un día, una década ¡una vida entera!. Anhelo por eliminar una rutina enseñada e incrustada en cada neurona de nuestro cerebro también ya diseñado, ya conocido, ya descrito. Locura ¿Qué mierda es eso? ¿Qué mierda, qué valor tiene cada letra de cada palabra? ¿Qué sentido tiene eso o lo otro, o aquello o el vuelco de una hoja por el soplo desesperado de un último halo de vida, o lo que sea, cualquier clase de infinidad, o término? Sin fuerzas. Nuevamente el sentir lo es todo: el sentir de ayer da asco, se sienten ganas de expulsar todo el pasado, como si fuera una peste que no deja tener una existencia llevadera; el sentir de ahora augura esperanzas de un cambio radical en la configuración de la esencia humana, esencia que se hace pestilencia cuando la verdad del parásito que somos nos hace languidecer, esencia imposible de transformar a algo más deslumbrante, porque humana es y humana seguirá siendo. Sin embargo, el sentir del ahora susurra al oído promesas en las que se traspasa la regla del principio y término del tiempo, porque los días inevitablemente envejecerán como arrugas irrevocables del espacio, y, al fin, todo cuanto sentí en mi honda desesperación del ahora será exterminado por la acostumbrada cotidianeidad, el mecanismo de un vivir que no tiene sentido y lo tiene a la vez, por momentos, porque el momento lo es todo, y todo seguirá igual,; el curso de un río no cambiará de rumbo sólo porque en determinado instante llueva. Esas gotas se acoplarán al agua del río y se acostumbrarán a esa normalidad. Y el ciclo continuará eternamente, porque la mediocridad va de la mano contigo. Quizá, algún día, el cielo se canse de regalarte su valiosa lluvia y cuando eso ocurra, en el caudal de tu manantial ya no habrán más oportunidades, más destellos de clarividencia divina, infinita; cuando ese día llegue no serás capaz ni de reparar en que eres una parte insignificante e igual a las otras miles de partes que conforman la masa de la humanidad. Tus pensamientos estarán definitivamente acostumbrados a vivir en una cueva oscura y fía, hasta los recuerdos fugaces y confusos de antaño, aquellos antiguos recuerdos de desesperación por no salir del círculo y entrar de una vez por todas al universo de la verdad, ya en aquel momentos esos recuerdos sólo te provocarán una leve sonrisa, quizá de vergüenza, quizá de sarcasmo. He ahí el momento en el que serás por completo del bando del que ahora te resistes a fundirte por entero. Ahora eres débil y oscilas entre un lado y el otro, eres un péndulo que a intervalos se cae a pedazos, y a ratos espera con ansias a que llueva un agua fulminante que te cambie rotundamente, que te renueve, que te haga perfecta…