jueves, 26 de agosto de 2010

La carne ausente

La estela existencial que en algún momento me engañè creyendo ubicua ya no es más que una costra pulverizada de la herida que cicatrizó a punta de incrustaciones de alambre (oxidado) a modo de sutura de improviso. El óxido aflora gangrenando mis signos vitales cuando cualquier ordinaria señal de tu estancia terrenal reaparece ante mí.

Tus carnes me parecen tan pequeñas y lejanas que a veces confundo tu hedor de ausencia con peluzas en el aire que exhalo y desecho cual ponzoñoso monóxido de carbono fuera de mis pulmones.

¿Y ahora dónde revolotearán tus feromonas en descomposición adrenalínica?
¿Sostenidas, quizá, entre los labios con mueca de hambre carnicera de su pubis en continua ulceración?

La carne de tus formas ya sólo puede servirme como nutriente vomitivo.

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