lunes, 16 de agosto de 2010

Un retorcijón de tripas me indica el vacío entre mis entrañas. Es triste estar solo un día domingo. Pocas personas deambulan, todas con una mueca de taciturno ensimismamiento. Nadie mira al que pasa fugazmente por el lado a paso precipitado. Nadie ve, todos ajenos. Los domingos son días de fatal decaimiento, y peor aún si estamos solos recordando anteriores tiempos amenos. Me ulcero extrañando pero todo sigue igual: la lluvia no amaina por las calles inhóspitas y nadie toca a mi puerta. Tan sólo queda incrustar la masa corporal entre las sábanas vacías, entre el frío espacio de la habitación en penumbra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario