sábado, 12 de diciembre de 2009

Caída

Perdón por desear, perdón por no poder cercenar esta bestialidad, por no dominar el delirio carnal que nos llevó a la hecatombe. Perdón por no haber trascendido ésta mi naturaleza tan miserablemente humana. Perdón. Pero fue inevitable inhalar tu aroma, saborear tu boca, absorber tu esencia, quizá hasta no quise evitarlo, fiel a mi locura delirante... Cuántas veces nos prometimos no caer en esta enfermedad que nos corroe, pero cuán ingenuos fuimos; y cuán débiles, para doblegarnos a tal punto a nuestro deseo...

Tus pupilas dilatadas, tu respiración agitada... todo me lleva ineludiblemente a nuestro encuentro. Habíamos recorrido las calles desiertas, sin rumbo fijo, aspirando la sublime lluvia que caía amenamente sobre nosotros. Apretabas mi mano fuerte, como quien desea verse cobijado ante algún peligro. Creo que presentías que algo acontecería aquella noche. A ratos te observaba, tu mirada perdida divagaba por indescifrables arcanos. En este letargo ponzoñoso nos sumergimos hasta quedar empapados de aquellas frágiles gotas de agua, tan frágiles como tu pequeño cuerpo, tu delicada belleza de niña en flor. Fueron horas de caminar sin dirección. Ya un tanto fatigados, volvimos a nuestro humilde escondite. Por suerte aún quedaban algunas brasas de fuego. De pronto te observé y vi tus ojos brillantes, fulgurando con ímpetu. Inevitablemente lo supe. Te erguiste sobre tus pies disminuyendo nuestra distancia y tocaste sutilmente mis labios. No pude reprimir mi monstruosidad. Todo dejo de racionalidad se esfumó. Sólo sé que de un momento a otro estabas desnuda, despojada de tus promesas, tus miedos, tu mente... No éramos tú ni yo, ambos lo sabemos. Esa noche todo acababa, luego de la carne sólo queda el inexorable vacío. No pudimos conjugar las cosas ¿Alguien puede?
En este desvarío insano, tracé tu vientre fatalmente perfecto. Tus aciagas curvas enardecieron mi deseo. Tus pequeños pechos trágicamente etéreos se erguían expectantes. Su sabor era dulce, todo en ti sabía a miel. Apreté tu cuerpo contra el mío con lujuria. Nuestras mentes en blanco, inmiscuidas en la nada universal, en la puta nada del todo. Gritaste, aullaste de dolor por lo perdido, y de agridulce placer por lo consumado. Te impregné de mí. Perdimos la noción de nuestra vacua existencia... No sé cuánto tiempo transcurrió, sólo sé que nos destrozamos el alma.
El aroma a niña desflorada te consumía. Sollozabas tristemente. No podía soportarlo, me devastabas con tu fragilidad y, a pesar de que al igual que tú me hallaba aniquilado por nuestro lascivo sopor, te envolví con mis brazos, te apreté, como queriendo adherirme a tu piel y lloré de desesperación por perderte, por perdernos mutuamente. Ambos lo comprendíamos.
Besaste mis lágrimas, acaricié tu piel... Amanecer, mustio amanecer... Cuando se ha volado demasiado alto, la caída es aún más fatalmente dolorosa. Fuiste mi Venus divina, mortífero antídoto y veneno al mismo tiempo.
Yo voy, cual perro solitario, deambulando sin sueños por mi taciturna existencia. Ya no sueño, pues ya he tocado los límites de lo onírico con tu efímero tacto en ésta mi estéril vida. Después de ti no queda más que el bestial vacío.


(Hueà patètica enviada para una publicaciòn.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario